domingo, 24 de septiembre de 2017

Lila y las luces

de Sylvia Iparraguirre

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Este cuento muestra la realidad de una niña de 6 o 7 años que vive con su madre y hermanos en la montaña en Neuquén. Describan la forma de vida de esa familia.

En este cuento se plantea una crítica social fuerte a las condiciones de desventaja de niños como Lila. Expliquen: ¿Cuál es la crítica general? ¿Cuál al sistema educativo? ¿Cuál a la concepción del lugar de la mujer? 

Expliquen la idea de ciudad que tienen los personajes.

domingo, 17 de septiembre de 2017

Día del Estudiante

En este día, un recuerdo para los estudiantes de hace un siglo.

Laura Pariani, escritora italiana que visita a su abuelo establecido en la Argentina, cuenta: "Mi abuelo vivía a varios kilómetros de Zapala. El hablaba cocoliche; su mujer, mapuche; sus hijos, castellano; yo, italiano" (1). Aunque no tan diversificada, así sería la comunicación hogareña de los inmigrantes.
Roberto Raschella, autor de Si hubiéramos vivido aquí, se refiere en un reportaje a la diferencia entre el idioma que se hablaba en su casa y el que hablaba en la escuela. A visitar a sus padres "Iban siempre paisanos emigrados, y ante la mesa de trabajo se hablaba, en dialecto calabrés, de las fiestas del santo del pueblo, de las comidas, de tantas familias con sus apodos, a veces ofensivos. Quizás en esas tardes larguísimas del verano empecé a descubrir la belleza de un idioma que no era el que aprendía en la escuela. Esa fue mi verdadera lengua materna. No recuerdo que mis padres hablaran nada parecido al cocoliche, y hasta diría que habían adquirido una perfecta noción del castellano, que hablaban con fluidez, pero mechando términos del dialecto y del italiano" (2).
La escritora e investigadora Gladys Onega también habla sobre la influencia de la instrucción pública en los hijos de los inmigrantes: "A mí lo que más me atrajo, y me metí en un trabajo muy arduo y gratificante, fue el de la escritura adulta que tiene que crear un narrador niño pero con una escritura adulta. Esta fue una gran tensión que se produjo en mí con el lenguaje; y además tratar de encontrar las voces que me rodeaban en aquel momento, ya que tenía la de mi padre que hablaba en gallego con sus parientes, pero no en mi casa porque mi madre era criolla, y también la de todos los italianos que en ese tiempo hablaban realmente el italiano. Para mí era maravilloso tener todos estos sonidos. Eran todas palabras misteriosas. Los chicos que iban al colegio en el 35 y provenían del campo hablaban en italiano, y en la escuela era donde verdaderamente se nacionalizaban. Ese fue el gran factor unificador de la escuela pública" (3).
Francis Korn coincide en esta afirmación: "Los chicos (los mayores, de la misma nacionalidad que sus padres y los menores, argentinos) concurrían a las escuelas públicas o a las religiosas de alrededor y, eso sí, entre ellos, el único idioma utilizado era el porteño" (4). Pero no sólo aprendían o mejoraban su castellano, sino que también –afirma Luis Alberto Romero- "Gracias a la prosperidad y a la educación pública, era común que los hijos ocuparan posiciones mejores que los padres" (5).
González Lanuza recuerda los esfuerzos de su maestra por borrarle la pronunciación española: "En su bondadosa preocupación por su alumno me creó, sin sospecharlo, un serio problema, a sus oídos habituados a las dulzuras del decir criollo debieron molestarle las crudezas de mis acentos hispánicos, acaso el entusiasmo patriótico de aquellos años fervorosos del centenario, le inspiraron la urgencia de adaptarme de inmediato a lo argentino".
Así sucedió: "Ello fue que un cierto día decidió dedicarse durante los recreos a luchar con aquella, su suavidad, tan eficaz en mí, contra una erizada prosodia santanderina, tajante de jotas, capaces de degollar a quien las pronunciara, restallante bajo el doble látigo de las elles, resbaladiza de zetas y ce, para reemplazarla por la tierna indecisión de la ce argentina, vacilante entre la ce y la ese, limar el filo despiadado de las jotas y hacerme deslizar por las blanduras del yeísmo".
El alumno aprendió rápidamente: "Dócil a su reclamo, que además facilitaría mi trato con los compañeros al eludir las pullas que mi primitiva pronunciación provocaba, adelanté raudamente en el proceso de desintegración de la prosodia ibérica". Mas a los padres no les satisfizo este avance del niño: ""¡Pero ay de mí! En mi casa, mis padres opinaban de otra manera y las desacostumbradas inflexiones recién adquiridas por mi voz, eran consideradas pecado mortal, clarísimo índice de que a convertirme en un descastado. De ahí mi temprana condición de bilingüe que me hizo acomodar a modismos distintos, según que tuviera que hablar en casa o en la escuela" (6).
Otros descendientes de inmigrantes hablaban siempre igual, ya fuera con su familia o en la escuela. Cuando Jorge Luz fue a conocer a su abuela asturiana, la anciana le dijo: "Nin... –que quiere decir nene-. Nin, nenu, nenín, que guapín eres al hablar... me dices de vos, como a los reyes" (7).
La discriminación era frecuente en las escuelas. Recuerda José Cameán Parcero: "Yo también fui gallego de m... y también colorado’, porque así es mi color de cabello. Y más de una vez tuve que escuchar a mis compañeros decir que me habían cambiado por un cuero. Pero no me molestaba, quizás porque yo al venir a los cuatro años me sentía uno más. No sabía mi conciencia la diferencia de ser gallego o argentino" (8).
También en "La noche de la cruz de plata", uno de los cuentos por los que Jorge Torres Zavaleta mereció el Premio Fortabat en 1987, se alude a la conflictiva vinculación de los ingleses con los nativos. Esta se evidencia al narrar que la madre debía consolar al niño "cuando los demás alumnos se reían de su mal castellano". Años después, será el idioma el medio elegido por el joven para mortificar a su madre: "prefería tomarla en broma, imitar su tonada inglesa (hacía una parodia, que deleitaba a sus amigos, de Miss Lucy tomando el té en la embajada), abrazarla al ver que la entristecía" (9). "Los británicos –afirma Andrew Graham Yool- se negaron tenazmente a ser categorizados como inmigrantes, lo que significaba un descenso en la clase social" (10).
Para algunos, hablar más de un idioma, era testimonio de su condición de inmigrantes. Para otro, en cambio, era un sello de clase. En La noche que me quieras, Torres Zavaleta muestra el conocimiento de otras lenguas vinculado a un estamento social: "Arturo era un muchacho educado, se vestía bien, por supuesto, se la arreglaba con los idiomas. Algo te ha quedado de tantas profesoras franchutas e inglesas de cuando eras borrego" (11).
No sólo a hablar castellano se aprendía en la escuela. "La Argentina en 1870 tenía 80 por ciento de analfabetos –afirma Roberto Cortés Conde- y hacia 1919 ese índice se había reducido al 30 por ciento" (12). El analfabetismo era común entre los inmigrantes. Lo menciona Lucio V. Mansilla, cuando dice de un personaje: "Este San Pío era italiano, casado, muy bonachón y cariñoso. Sus quesos de Goya, y particularmente sus chorizos, allí a la vista, tenían fama (...) No sabía leer ni escribir, ni hablaba italiano, ni español, ni genovés, ni dialecto itálico alguno, sino una media lengua suya propia" (13). Analfabetos eran los inmigrantes que llegaban desde Filetto, en Santo Oficio de la Memoria, de Mempo Giardinelli.: "Venían porque allá había mucha hambre. Eran... Todos muy pobres, analfabetos. Rústicos" (14).
Félix Luna afirma que los analfabetos eran utilizados con fines políticos. En Soy Roca, relata lo sucedido en 1909 en una mesa electoral, cuando se presenta como austríaco un hombre al que su aspecto y su modo de hablar "lo delataban como un bachicha recién desembarcado". Roca le pregunta si es italiano; el inmigrante le responde que sí, y que no sabe lo que dice la libreta: "-Io non só niente.... ¡A mí me la datto don Gaetano ! ‘Don Gaetano’, Cayetano Ganghi era el árbitro de la elección, con sus roperos llenos de libretas falsificadas y sus huestes de inmigrantes analfabetos y de atorrantes dispuestos a votar cinco o seis veces en diferentes mesas" (15).
En la escuela se transmitían asimismo los valores que la clase dirigente quería inculcar. Miguel de Marco, Presidente de la Academia Nacional de la Historia afirma: "en el pasado, la generación de Sarmiento y Mitre quería que el país se poblara con inmigrantes que integraran un crisol de razas. Para formar y unificar a esa sociedad nueva y aluvional se difundían las vidas de determinados personajes, de bronce, que fueran verdaderos ejemplos. No se dieron cuenta de que un San Martín que no duerme no es creíble, lo mismo que un Sarmiento que nunca faltó a la escuela. En las escuelas se mostró esta especie de historia oficial con personajes sin humanidad, quienes por tenerla no pierden grandeza" (16).
Santó Efendi, un judío que cursó paralelamente la escuela pública y la hebrea, dice: "Habiendo tenido la suerte de nacer en la Argentina de finales de la década del 20, y habiendo pasado por la primaria luego de la crisis económica de los años 30, solamente tengo recuerdos gratos de mis maestros y de la calidad de la enseñanza pública, regalo del gran Sarmiento, quien organizó en el siglo anterior las bases de las escuelas públicas del país" (17).
El padre del poeta Rodolfo Alonso, emigrante gallego, cursó estudios primarios siendo ya adulto (18). Otros gallegos –como Darío Lamazares, representante legal del Instituto Santiago Apóstol, que llegó a la Argentina a los catorce años-, no tuvieron acceso a ella: "Fui un autodidacta, me formé en la calle, y como la mayoría de mis compatriotas sufrí la falta de instrucción. Este país nos dio todo, los mismos derechos que sus hijos, y la escuela es una forma de pagar esa deuda" (19).
***
En el conventillo, en la escuela, en el tranvía, leyendo o rezando, los inmigrantes aprendieron la lengua de la nueva tierra. La lengua que otros rechazaron, quizás por el inmenso dolor de haber dejado su tierra.

NOTAS
(1) Patat, Alejandro: "El país de los sueños perdidos", en La Nación, Buenos Aires, 28 de abril de 2002.
(2) Ingberg, Pablo: "El amor a los vencidos", en La Nación, Buenos Aires, 14 de febrero de 1999.
(3) Duche, Walter: "Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia", en La Prensa Buenos Aires, 18 de julio de 1999.
(4) Korn, Francis: op. cit.
(5) : "La Argentina de los deseos", en Clarín, Buenos Aires, 30 de julio de 2000.
(6) González Lanuza, Eduardo: citado en "Bajaron de los barcos. Historia de la inmigración en la Argentina", por Colegio Schönthal. www.monografias.com.
(7) Guerriero, Leila: en La Nación Revista
(8) S/F: "José Cameán Parcero. Un vecino de Bembibre, Parroquia de Buxán", en El mensajero gallego, N° 2, Abril de 1998.
(9) Torres Zavaleta, Jorge: "La noche de la cruz de plata", en El palacio de verano. Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1987.
(10) S/F: "Los ingleses en la Argentina", en Clarín, Buenos Aires, 18 de diciembre de 2000.
(11) Torres Zavaleta, Jorge: La noche que me quieras. Buenos Aires, Planeta, 2000.
(12) : "La Argentina de los deseos", en Clarín, Buenos Aires, 30 de julio de 2000.
(13) Mansilla, Lucio V.: citado por Colegio Schönthal.
(14) Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral,
(15) Luna, Félix: Soy Roca. Buenos Aires, Sudamericana, 2000.
(16) Urien, Paula: "Revisar el futuro", en La Nación Revista, Buenos Aires, 7 de julio de 2002.
(17) Efendi, Santó: "Una infancia en Villa Crespo", en SEFARaires, N° 3, julio de 2002.
(18) Alonso, Rodolfo: Entrevista en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(19) Beltrán, Mónica: "La primera escuela gallega que enseña a chicos argentinos", en Clarín, Buenos Aires, 25 de abril de 1999.

sábado, 9 de septiembre de 2017

La historia de las maestras norteamericanas que trajo Sarmiento

Llegaron a la Argentina sin saber el idioma y con una idea sólo aproximada de lo que era este país. Eran docentes norteamericanos, la mayoría mujeres, y venían a formar docentes en este país. La idea fue de Sarmiento, quien después de mucho esfuerzo logró que diez de ellos aceptaran venir a San Juan. Esta es su historia.

Por: 
Cecilia Yornet