jueves, 6 de agosto de 2015

La costurerita que dio aquel mal paso

"La costurerita que dio aquel mal paso
y lo peor de todo sin necesidad..."
bueno, lo cierto del caso
es que no le ha ido del todo mal.

Tiene un pisito en un barrio apartado,
un collar de perlas y un cucurucho
de bombones; la saluda el encargado
y ese viejo, por cierto, no la molesta mucho.

¡Pobre la costurerita que dio el paso malvado!
Pobre si no lo daba... que aún estaría,
si no tísica del todo, poco le faltaría.

Ríete de los sermones de las solteras viejas;
en la vida, muchacha, no sirven esas consejas,
porque, piensa ¿si te hubieras quedado?

Nicolás Olivari

La costurerita que dio aquel mal paso

La que hoy pasó muy agitada 

¡Qué tarde regresas!... ¿Serán las benditas 
locuaces amigas que te han detenido? 
¡Vas tan agitada!... ¿Te habrán sorprendido 
dejando, hace un rato, la casa de citas? 
¡Adiós, morochita!... Ya verás, muchacha, 
cuando andes en todas las charlas caseras: 
sospecho las risas de tus compañeras 
diciendo que pronto mostraste la hilacha... 
Y si esto ha ocurrido, que en verdad no es poco, 
si diste el mal paso, si no me equivoco, 
y encontré el secreto de esa agitación... 
¿quién sabrá si llevas en este momento 
una duda amarga sobre el pensamiento 
y un ensueño muerto sobre el corazón? 

¿No te veremos más? 

...¿Conque estás decidida? ¿No te detiene nada? 
¿Ni siquiera el anuncio de este presentimiento? 
¡No puedes negar que eres una desamorada: 
te vas así, tranquila, sin un remordimiento! 
¡Has sido tanto tiempo nuestra hermanita! Mira 
si no te desearemos un buen viaje y mejor suerte, 
...tu decisión de anoche la creíamos mentira: 
¡qué tan acostumbrados estábamos a verte! 
Nos quedaremos solos. ¡Y cómo quedaremos!... 
Demás fuera decirte cuánto te extrañaremos: 
y tú, también, ¿es cierto que nos extrañarás? 
¡Pensar que entre nosotros ya no estarás mañana! 
Caperucita roja que fuiste nuestra hermana, 
Caperucita roja, ¿no te veremos más? 

La inquietud 

Les tiene preocupados y triste la tardanza 
de la hermana. Los niños no juegan con el gato, 
ni recuerdan ahora lo de la adivinanza 
que propusiera alguno, para pasar el rato. 
De vez en cuando, el padre mira el reloj. Parecen 
más largos los minutos. Una palabra dura... 
no acaba. Las muchachas, que cosen, permanecen 
calladas, con los ojos fijos en la costura. 
Las diez, y aún no vuelve. Ya ninguno desecha, 
como al principio, aquella dolorosa sospecha... 
El padre, que ha olvidado la lectura empezada, 
enciende otro cigarro... Cansados de esperar 
los niños se levantan, y sin preguntar nada 
dicen las buenas noches y se van a acostar. 

La costurerita que dio aquel mal paso 

La costurerita que dio aquel mal paso... 
-y lo peor de todo, sin necesidad- 
con el sinvergüenza que no la hizo caso 
después... -según dicen en la vecindad- 
se fue hace dos días. Ya no era posible 
fingir por más tiempo. Daba compasión 
verla aguantar esa maldad insufrible 
de las compañeras, ¡tan sin corazón! 
Aunque a nada llevan las conversaciones, 
en el barrio corren mil suposiciones 
y hasta en algo grave se llega a creer. 
¡Qué cara tenía la costurerita, 
qué ojos más extraños, esa tardecita 
que dejó la casa para no volver!... 

Cuando llega el viejo 

Todos están callados ahora. El desaliento 
que repentinamente siguiera al comentario 
de esa duda, persiste como un presentimiento. 
El hermano recorre las noticias del diario 
que está sobre la mesa. La abuela se ha dormido 
y los demás aguardan con el oído alerta 
a los ruidos de afuera, y apenas se oye un ruido 
las miradas ansiosas se clavan en la puerta. 
El silencio se vuelve cada vez más molesto: 
una frase que empieza se traduce en un gesto 
de impaciencia. ¡La espina de esa preocupación!... 
Y cuando llega el viejo, que salió hace un instante, 
todas las miradas fijas en su semblante 
hay una temerosa, larga interrogación. 

Caperucita roja que se nos fue 

¡Ah, si volvieras!... ¡Cómo te extrañan mis hermanos! 
La casa es un desquicio: ya no está la hacendosa 
muchacha de otros tiempos. ¡Eras la habilidosa 
que todo lo sabías hacer con esas manos...! 
El menor de los chicos, pobrecito, te llama 
recordándote siempre lo que le prometieras, 
para que les des algo... Y a veces -¡si lo oyeras!- 
para que como entonces le prepares la cama. 
¡Como entonces! ¿Entiendes? ¡Ah, desde que te fuiste, 
en la casita nuestra todo el mundo anda triste!, 
y temo que los viejos se enfermen, ¡pobres viejos! 
Mi madre disimula, pero a escondidas llora 
con el supersticioso temor de verte lejos... 
Caperucita roja, ¿dónde estás ahora? 

Aquella vez que vino tu recuerdo 

La mesa estaba alegre como nunca. 
Bebíamos el té: mamá reía 
recordando, entre otros, 
no se qué antiguo chisme de familia; 
una de nuestras primas comentaba 
-recordando con gracia los modales, 
de un testigo irritado- el incidente 
que presenció en la calle; 
los niños se empeñaban, chacoteando, 
en continuar el juego interrumpido, 
y los demás hablábamos de todas 
las cosas de que se habla con cariño. 
Estábamos así contentos, cuando 
alguno te nombró, y el doloroso 
silencio que de pronto ahogó las risas, 
con pesadez de plomo, 
persistió largo rato. Lo recuerdo 
cómo si fuera ahora: nos quedamos 
mudos, fríos. Pasaban los minutos, 
pasaban y seguíamos callados. 
Nadie decía nada pero todos 
pensábamos lo mismo. Como siempre 
que la conmueve una emoción penosa, 
mamá disimulaba ingenuamente 
queriendo aparecer tranquila. ¡Pobre! 
¡Bien que la conocemos!... Las muchachas 
fingían ocuparse del vestido 
que una de ellas llevaba; 
los niños, asombrados de un silencio 
tan extraño, salían de la pieza. 
Y los demás seguíamos callados 
sin mirarnos siquiera. 

Por ella 

...¡Déjala, prima! Deja que suspire 
la tía: ella también tiene su pena, 
y ríe alguna vez, siquiera, ¡Mira 
que no te ríes hace tiempo! 
Suena 
de improviso tu risa alegre y sana 
en la paz de la casa silenciosa 
y es como si se abriese una ventana 
para que entrase el sol. 
¡Tu contagiosa 
alegría de antes! La de entonces, esa 
de cuando eras comunicativa 
como una hermana buena que regresa 
después de un largo viaje. 
¡La expansiva 
alegría de antes! Se la siente 
sólo de tiempo en tiempo, en el sereno 
olvidar de las cosas... 
¡Ah, la ausente! 
Con ella se nos fue todo lo bueno. 
Tú lo dijiste, prima, lo dijiste... 
Por ella son estos silencios malos, 
por ella todo el mundo anda así, triste, 
con una pena igual, sin intervalos 
bulliciosos. El patio sin rumores, 
nosotros sin saber lo que nos pasa 
y sus cartas muy breves y sin flores... 
¿Qué se habrá hecho de la risa, en casa? 

¿Qué será de ti? 

¿Qué será de ti? ¡Hace tanto 
que te fuiste! Ya ni sé 
cuánto tiempo. 
¿De nosotros 
te acuerdas alguna vez? 
¿Verdad que sí? Tu cariño 
de lejos nos seguirá... 
Lejos de nosotros, ¡pobre, 
qué sola te sentirás! 
Si se habla de tí, en seguida 
pensamos: ¿será feliz? 
Y a veces te recordamos 
con un vago asombro: así 
como si estuvieras muerta. 
¿Después de aquel largo adiós, 
ahora que no eres nuestra, 
quién escuchará tu voz? 
Madrecita, hermana, dulce 
hermana que se nos fue, 
hermanita buena, ¿cuándo 
te volveremos a ver? 

Por la ausente 

Fuma de nuevo el viejo su trabajosa 
pipa y la madre escucha con indulgencia 
el sabido proceso de la dolencia 
que aflige a una pariente poco animosa. 
El muchacho concluye la fastidiosa 
composición, que sobre la negligencia 
en la escuela le dieron de penitencia, 
por haber olvidado no sé qué cosa... 
Y en el hondo silencio que de repente 
como una obsesión mala llena el ambiente, 
muy quedo la hermanita va a comenzar 
la oración, noche a noche tartamudeada, 
por aquella perdida, desamorada, 
que hace ya cinco meses dejó el hogar. 

La vuelta de Caperucita 

Entra sin miedo, hermana: no te diremos nada. 
¡Qué cambiado está todo, qué cambiado! ¿No es cierto? 
¡Si supieras la vida que llevamos pasada! 
Mamá ha caído enferma y el pobre viejo ha muerto... 
Los menores te extrañan todavía, y los otros 
verán en ti la hermana perdida que regresa: 
puedes quedarte, siempre tendrás entre nosotros, 
con el cariño de antes, un lugar en la mesa. 
Quédate con nosotros. Sufres y vienes pobre. 
Ni un reproche te haremos: ni una palabra sobre 
el oculto motivo de tu distanciamiento; 
ya demasiado sabes cuánto te hemos querido: 
aquel día, ¿recuerdas? tuve un presentimiento... 
¡Si no te hubieras ido!... 

Evaristo Carriego (1883-1912) 
Poemas póstumos / 1913