viernes, 29 de mayo de 2015

Entre dos copas

Fray Mocho

-¿Y me van a mandar nada más que por ebrieda?... ¡Bueno!... ¡Perfectamente! ¡No m'importa!... Yo no soy el primer criollo que se mama el veinticinco y tampoco'é ser el último, y no tengo vergüenza de haber solenisao el día de la patria, no, señor, no la tengo... porque gracia's'a Dios no soy hijo e gringo y me acuerdo de qu'esta tierra es mía... -Mirá, che, bajá la prima... y si no es otra cosa lo que tenés que decir, podés ir aprontando -tu linyera ... ¡Estás despachao! -¿Despachao?... ¡Perfectamente!... ¡Para esto tenemos patria, caray!... Pa que uno no pueda ni festejar los aniversarios gloriosos sin permiso'e la autoridá... Había e bajar San Martín a ver lo qu'es-tán haciendo... ¡Juna perra!... ¡Le quisiera ver la cara al viejo cuando dentrase a una comisaría (como yo aura, pinto el caso) y se topara con que ya ni siquiera se respeta al nieto e su asistente Martínez!... -¡Loco lindo!... ¡Así me gusta un criollo... que muera borracho pero cantando el Himno Nacional!... ¿Sabés qu'estoy por largarte? ¿Largarte?... ¿No ve?... ¡En esa costumbre'e tutiar a cualisquiera por desconocido que sea, s'está viendo que ust'es de casta estranjera!... P'cha qu'cs confianzudo el gringo y entonao, másime si tiene mando, ¿no?... ¡Mire!... ¡Aquí a'nde me ve a mí, así, medio mal perjeñao y hasta tirando p'al Veint'cuatro'e Noviembre por haber solenisao la fiesta'el veinticinco en mi patria, siendo como soy decendiente'e prócer... sépase que lo h'echo con la plata'e don Bartolo y que cuando él nos la dio pa que tomáramos una copa era porque quería que los de La Diana'e la Patria l'hiciéramos un honor a la bandera!... ¿A que usté, con ser quien es y hasta tutiarlo a Roca-"' si se le pone a tiro, no ha tenido nunca semejante voz de mando ni lo han obedecido con mayor satisfacción?... ¡Convénzase, señor, pa mandar como se debe... Don Bartolo! -¿Sabés, che, qu'en medio e'tus locuras te dejás cair despacito pero con cierta elegancia y que m'estás interesando?... ¿Y qué es eso La Diana'e la Patria? -¿Qué no sabe?... ¡Es una sociedá que tenemos pa saludar a los patriotas de la sección! ¡Si hemos andao toda la mañana meniandolé al tambor y a los clarines!... Somos tres... Peraira, que cuenta cuentos pa los fonógrafos y se queda ronco de hablar sobre unos cilindros , imitando a Juan Moraira, el ñato Gutiérrez, más conocido que la ruda, y yo, qu'he sido tambor del tres... Hoy, conforme aclaró, nos metimos en la casa'e don Bartolo y Fechamos un redoble qu'era como pa bailarlo, y áhi nomás ya salió uno de adentro y alcanzándonos un diez nos dijo qu'el General nos lo mandaba pa la copa... ¡a la cuenta tomandonós por veteranos!... Como pa que no l'olvidemos. De orgullo y de satisfacción me pasé de pato a ganso. ¡Y aura tengo que pagarla! -Pero para vos, che, todo el año es fiesta patria... ¿Sabés cuántas entradas tenés?. .. -¿Y usté sabe, señor... cuántos días gloriosos tenemos los argentinos?... ¿Ignora la historia d'esta patria?... ¡Hay que cumplir con los mártires, y el entusiasmo arrastra, señor! Yo he sido empliao como guardián en 'el Museo Histórico, ¿sabe?... ¿Allí en Lezama?... ¡Bueno!... ¡En ese oficio adquirí este vicio'e los festejos -a los que murieron por nosotros, y ya ve ande me lleva la historia! 
1-6-1901

jueves, 28 de mayo de 2015

En la sangre / 1887

Eugenio Cambaceres (1843-1888) 

Fuente: Primera edición, Buenos Aires Imprenta Sud América, 1887. 

Capítulo I

De cabeza grande, de facciones chatas, ganchuda la nariz, saliente el labio inferior, en la expresión aviesa de sus ojos chicos y sumidos, una rapacidad de buitre se acusaba. 
Llevaba un traje raído de pana gris, un sombrero redondo de alas anchas, un aro de oro en la oreja; la doble suela claveteada de sus zapatos marcaba el ritmo de su andar pesado y trabajoso sobre las piedras desiguales de la calle. 
De vez en cuando, lentamente paseaba la mirada en torno suyo, daba un golpe -uno solo- al llamador de alguna puerta y, encorvado bajo el peso de la carga que soportaban sus hombros: "tachero"... gritaba con voz gangosa, "componi calderi, tachi, siñora?". 
Un momento, alargando el cuello, hundía la vista en el zaguán. Continuaba luego su camino entre ruidos de latón y fierro viejo. Había en su paso una resignación de buey. 
Alguna mulata zarrapastrosa, desgreñada, solía asomar; lo chistaba, regateaba, porfiaba, "alegaba",acababa por ajustarse con él. 
Poco a poco, en su lucha tenaz y paciente por vivir, llegó así hasta el extremo Sud de la ciudad, penetró a una casa de la calle San Juan entre Bolívar y Defensa. 
Dos hileras de cuartos de pared de tabla y techo de zinc, semejantes a los nichos de algún inmenso palomar, bordeaban el patio angosto y largo. 
Acá y allá entre las basuras del suelo, inmundo, ardía el fuego de un brasero, humeaba una olla, chirriaba la grasa de una sartén, mientras bajo el ambiente abrasador de un sol de enero, numerosos grupos de vecinos se formaban, alegres, chacotones los hombres, las mujeres azoradas, cuchicheando. 
Algo insólito, anormal, parecía alterar la calma, la tranquila animalidad de aquel humano hacinamiento. 
Sin reparar en los otros, sin hacer alto en nada por su parte, el italiano cabizbajo se dirigía hacia el fondo, cuando una voz interpelándolo: 
-Va a encontrarse con novedades en su casa, don Esteban. 
-¿Cosa dice? 
-Su esposa está algo indispuesta. 
Limitándose a alzarse de hombros él, con toda calma siguió andando, caminó hasta dar con la hoja entornada de una puerta, la penúltima a la izquierda. 
Un grito salió, se oyó, repercutió seguido de otros atroces, desgarradores al abrirla. 
-¿Sta inferma vos? -hizo el tachero avanzando hacia la única cama de la pieza, donde una mujer gemía arqueada de dolor: 
-¡Madonna, Madonna Santa...! -atinaba tan sólo a repetir ella, mientras gruesa, madura, majestuosa, un velo negro de encaje en la cabeza, un prendedor enorme en el cuello y aros y cadena y anillos de doublé, muchos en los dedos, hallábase de pie junto al catre la partera. 
Se había inclinado, se había arremangado un brazo, el derecho, hasta el codo; manteníalo introducido entre las sábanas; como quien reza letanías, prodigaba palabras de consuelo a la paciente, maternalmente la exhortaba: "¡Coraque Duña María, ya viene lanquelito, é lúrtimo... coraque!..." 
Mudo y como ajeno al cuadro que presenciaban sus ojos, dejóse estar el hombre, inmóvil un instante. 
Luego, arrugando el entrecejo y barbotando una blasfemia, volvió la espalda, echó mano de una caja de herramientas, alzó un banco y, sentado junto a la puerta, afuera, púsose a trabajar tranquilamente, dio comienzo a cambiar el fondo roto de un balde. 
Sofocados por el choque incesante del martillo, los ayes de la parturienta se sucedían, sin embargo, más frecuentes, más terribles cada vez. 
Como un eco perdido, alcanzábase a percibir la voz de la partera infundiéndole valor: 
E lúrtimo... coraque!... 
La animación crecía en los grupos de inquilinos; las mujeres, alborotadas, se indignaban; entre ternos y groseras risotadas, estallaban los comentarios soeces de los hombres. 
El tachero entretanto, imperturbable, seguía golpeando. 

Juvenilia / 1884

Miguel Cané (1851-1905) 
Fuente: Segunda edición, Buenos Aires, 1901. 

I

Debía entrar en el Colegio Nacional tres meses después de la muerte de mi padre; la tristeza del hogar, el espectáculo constante del duelo, el llanto silencioso de mi madre, me hicieron desear abreviar el plazo, y yo mismo pedí ingresar tan pronto como se celebraran las funerales. 
El Colegio Nacional acababa de fundarse sobre el antiguo Seminario, con una nueva organización de estudios, en la que el doctor Eduardo Costa, ministro entonces de Instrucción Pública, bajo la presidencia del general Mitre, había tomado una parte inteligente y activa. Sin embargo, el establecimiento, que quedaba bajo la dirección del doctor Agüero, se resentía aún de las trabas de la enseñanza escolástica, y sólo fue más tarde, cuando M. Jacques se puso a su frente, que alcanzó el desenvolvimiento y el espíritu liberal que habían concebido el Congreso y el Poder Ejecutivo. 
Me invade en este momento el recuerdo fresco y vivo de los primeros días pasados entre los obscuros y helados claustros del antiguo convento. No conocía a nadie, y notaba en mis compañeros, aguerridos ya a la vida de reclusión, el sordo antagonismo contra el nuevo , la observación constante de que era objeto, y me parecía sentir fraguarse contra mi triste individuo los mil complots que, entre nosotros, por el suave genio de la raza, sólo se traducen en bromas más o menos pesadas, pero que en los seculares colegios de Oxford y de Cambridge alcanzan a brutalidades inauditas, a vejámenes, a servidumbres y martirios. Me habría encontrado, no obstante, muy feliz con mi suerte, si hubiera conocido entonces elTom Jones , de Fielding. 
Silencioso y triste, me ocultaba en los rincones para llorar a solas, recordando el hogar, el cariño de mi madre, mi independencia, la buena comida y el dulce sueño de la mañana. 
Durante los cinco años que pasé en esa prisión, aun después de haber hecho allí mi nido y haberme connaturalizado con la monotonía de aquella vida, sólo dos puntos negros persistieron para mí: el despertar y la comida. A las cinco en verano, a las seis en invierno, infalible, fatal, como la marcha de un astro, la maldita campana empezaba a sonar. Era necesario dejar la cama, tiritando de frío casi siempre, soñolientos, irascibles, para ir a formarnos en fila en un claustro largo y glacial. Allí rezábamos un Padre Nuestro para pasar en seguida al claustro de los lavatorios. 
¡Cuántas conspiraciones, cuántas tramas, qué gasto de ingenio y fuerza hicimos para luchar contra la fatalidad, encarnada a nuestros ojos en el portero, colgado de la cuerda maldecida! Aquella cuerda tenía más nudos que la que en el gimnasio empleábamos para trepar a pulso. La cortábamos a veces hasta la raíz del pelo, como decíamos, junto al badajo, encaramándonos hasta la campana, con ayuda de la parra y las rejas, a riesgo de matarnos de un golpe. Muy a menudo la expectativa nos hacía despertar en la mañana antes de la hora reglamentaria. De pronto oíamos la campana de mano, áspera, estridente, manejada con violencia por el brazo irritado del portero, eterno préposé a las composturas de la cuerda. Se vengaba entrando a todos los dormitorios, y sacudiendo su infernal instrumento en los oídos de sus enemigos personales, entre los cuales tenía el honor de contarme. 
Atrasar el reloj era inútil por dos razones tristemente conocidas: la primera, la proximidad del Cabildo, que escapaba a nuestra influencia; la segunda, el tachómetro de plata del portero, que, bien remontado, velaba fielmente bajo su almohada. Algunas noches de invierno, la desesperación nos volvía feroces, y el ilustre cerbero amanecía no solo maniatado, sino un tanto rojiza la faz, a causa de la dificultad para respirar a través de un aparato, rigurosamente aplicado sobre la boca, y cuya construcción, bajo el nombre de Pera de angustia , nos había enseñado Alejandro Dumas en susVeinte años después , al narrar la evasión del duque de Beaufort del castillo de Vincennes. Todo era efímero, todo inútil, hasta que estuve a punto de inmortalizarme, descubriendo un aparato sencillo, pero cuyo éxito, si bien pasajero, respondió a mis esperanzas. En una escapada, vi una carreta de bueyes que entraba al mercado; debajo del eje colgaba un cuero, como una bolsa ahuecada, amarrado de las cuatro puntas; dentro dormía un niño. Fue para mí un rayo de luz, la manzana de Newton, la lámpara de Galileo, la marmita de Papín, la rana de Volta, la tabla de Rosette de Champollion, la hoja enroscada de Calímaco. El problema estaba resuelto; esa misma noche tomé el más fuerte de mis cobertores, una de esas pesadas cobijas tucumanas que sofocan sin abrigar; la amarré debajo de mi cama, de las cuatro puntas, y cubriendo el artificio con los anchos pliegues de mi colcha, esperé la mañana. Así que sonó la campana, me sumergí en la profundidad, y allí, acurrucado, inmóvil e incómodo, desafié impunemente la visita del celador que, viendo mi lecho vacío, siguió adelante. Me preguntaréis quizá qué beneficio positivo reportaba, puesto que, de todas maneras, tenía que despertarme. Respondo con lástima que el que tal pregunta hiciera, ignoraría estos dos supremos placeres de todos los tiempos y todas las edades: el amodorramiento matinal y la contravención. 
Mi invención cundió rápidamente, y al quinto día, al primer toque, las camas quedaron todas vacías. El celador entró: vio el cuadro, quedó inmóvil, llevó un dedo a la sien, y después de cinco minutos de grave meditación, se dirigió a una cama, alzó la colcha y sonrió con ferocidad. 

jueves, 21 de mayo de 2015

25 de mayo de 1810 - Revolución de Mayo


Autor: Pigna, Felipe, Los Mitos de la Historia Argentina, Buenos Aires, Norma. 2004

El 25 de mayo, reunido en la Plaza de la Victoria, actual Plaza de Mayo, el pueblo de Buenos Aires finalmente impuso su voluntad al Cabildo creando la Junta Provisoria Gubernativa del Río de la Plata integrada por: Cornelio Saavedra, presidente; Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matheu, Juan Larrea, vocales; y Juan José Paso y Mariano Moreno, secretarios. Quedó así formado el primer gobierno patrio, que no tardó en desconocer la autoridad del Consejo de Regencia español.

lunes, 18 de mayo de 2015

¿Por qué se celebra hoy el día de la Escarapela?


18/05/15 - 10:08hs

El 18 de mayo fue instituido por el Consejo Nacional de Educación en 1935, pero la historia se remonta a principios de siglo XIX. El 13 de febrero de 1812, Manuel Belgrano, mediante una nota, solicitó al Triunvirato que se fije el uso de la escarapela nacional.

jueves, 14 de mayo de 2015

Versos Sencillos

I

YO SOY UN HOMBRE SINCERO...

Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma,
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.

Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes,
En los montes, monte soy.

Yo sé los nombres extraños
De las yerbas y las flores,
Y de mortales engaños,
Y de sublimes dolores.

Yo he visto en la noche oscura
Llover sobre mi cabeza
Los rayos de lumbre pura
De la divina belleza.

Alas nacer vi en los hombros
De las mujeres hermosas:
Y salir de los escombros,
Volando las mariposas.

He visto vivir a un hombre
Con el puñal al costado,
Sin decir jamás el nombre
De aquella que lo ha matado.

Rápida, como un reflejo,
Dos veces vi el alma, dos:
Cuando murió el pobre viejo(*),
Cuando ella me dijo adiós(**).

Temblé una vez —en la reja,
A la entrada de la viña,—
Cuando la bárbara abeja
Picó en la frente a mi niña.

Gocé una vez, de tal suerte
Que gocé cual nunca:—cuando
La sentencia de mi muerte
Leyó el alcalde llorando.

Oigo un suspiro, a través
De las tierras y la mar,
Y no es un suspiro,—es
Que mi hijo va a despertar.

Si dicen que del joyero
Tome la joya mejor,
Tomo a un amigo sincero
Y pongo a un lado el amor.

Yo he visto al águila herida
Volar al azul sereno,
Y morir en su guarida
La vibora del veneno.

Yo sé bien que cuando el mundo
Cede, lívido, al descanso,
Sobre el silencio profundo
Murmura el arroyo manso.

Yo he puesto la mano osada,
De horror y júbilo yerta,
Sobre la estrella apagada
Que cayó frente a mi puerta.

Oculto en mi pecho bravo
La pena que me lo hiere:
El hijo de un pueblo esclavo
Vive por él, calla y muere.

Todo es hermoso y constante,
Todo es música y razón,
Y todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón.

Yo sé que el necio se entierra
Con gran lujo y con gran llanto.
Y que no hay fruta en la tierra
Como la del camposanto.

Callo, y entiendo, y me quito
La pompa del rimador:
Cuelgo de un árbol marchito
Mi muceta de doctor.

(*) El padre de Martí quien murió el 9 de marzo de 1887, en Cuba.
(**) Se refiere a la despedida de María Cristina Granados, "La niña de Guatemala".


José Julián Martí Pérez (La Habana, 28 de enero de 1853Dos Ríos, 19 de mayo de 1895) fue un político republicano democrático, pensador,escritor, periodista, filósofo y poeta cubano, creador del Partido Revolucionario Cubano y organizador de la Guerra del 95 o Guerra Necesaria. Perteneció al movimiento literario del modernismo.

lunes, 11 de mayo de 2015

Homenaje a Marco Denevi


Cuándo: jueves 14 de mayo, a las 19:00.
Dónde: Sala Juan L. Ortiz, Biblioteca Nacional, Agüero 2502, Buenos Aires.